El mago, el gato y el umbral


Llegué temprano. Muy temprano, a las 21hs. El ruido de una ducha en el baño que da a la terraza denotaba la familiaridad de lo cotidiano. Era el organizador. Me senté en un sillón cubierto por una cuerina en la terraza. La luna aún no asomaba por detrás del edificio de alta pared blanca, testigo pálido del afuera. Mientras observaba el espacio de la terraza, el gato de la casa me asustó. Me sacó de una reflexión de otro tiempo y otro espacio. Contemplar esa terraza es un ir y venir entre un pasado que nunca fue y un presente que no es. Es inasible -salvo que saque mi libreta y empiece a describir, pensé-. Fijar por escrito lo que surja. Describir sensaciones, lo que el ambiente dice, grita, mientras se mueve, como el gato ente mis piernas.

Escribo en mi libretita de etnógrafo:
La terraza tiene el piso rojo, las paredes rojas. Mesas marrones de distinto diseño, una larga banca de celosías de casa vieja y banquitos de plástico, de esos que se compran en el super. Dos ceniceros de hierro. Varios troncos de árboles cortados, un espejo de tocador viejo, una agujereadora manual que cuelga de la saliente del techo, junto a una araña de caireles y una bicicleta. Otro espejo, al lado de un blanco de dardos. Un mostrador cubierto por un mantel, hecho de celosías viejas. Varios faroles cubiertos de papel rojo. Varios vasos de vidrio con velas dentro. Detrás mío un vitral.

Mentira.
Mentira porque estoy generalizando, claro está, ya que el rojo del piso y la pared se interrumpe caóticamente y emerge el gris, el negro y agua que gotea. Las 4 mesas están gastadas, se tambalean y están rayadas. A las celosías de la banca y el mostrador le faltan varias maderitas y dejan ver varias capas de pintura. Los ceniceros están oxidados (uno es uno de esos objetos que había en espacios públicos con un cartel de “Escupir aquí”), a los troncos les faltan pedazos y el espejo de tocador está despintado y torcido. La agujereadora es inalcanzable y de lejos se ve el óxido. A la araña le faltan varios caireles, no tiene lámparas y está torcida. El otro espejo, torcido y oxidado. El mantel del mostrador es una tela de dudoso gusto florido, como esos que se usaban para forrar los cajones de la mesita de luz. Los faroles cubiertos están mal cubiertos, con la cinta del papel rojo despegada. Las velas de los vasos ya no son velas y al vitral le faltan vidrios o pedazos de éstos. Todo esto bajo el manto de una luz roja y azul y amarilla y…






Mientras el gato insiste en que lo acaricie (eso creo, nunca sé qué piensan los gatos, como con los chinos) reflexiono sobre el sentido de lo antiguo-moderno que aflora en este espacio. Esto es como hacer poesía. Dice Juan Gelman:

“...como esa noche que yo estaba por escribir un poema
intentando apresar los rostros últimos del bello amor humano
imperfecto, perfecto como una madre oscura
acercándome a ellos casi rodeando su aire
cálido como un fuego, cara a cara a su fuego
oyéndolos temblar inasibles…”

Este collage de objetos viejos y/o antiguos es un enunciado en un lenguaje del cual emerge la metáfora de un pasado imposible. Imposible porque si volviera a 1920(?) jamás encontraría una combinación como ésta. Este bricoleur que oigo salir del baño ha tomado objetos simbólicos cargados de historias y los ha dispuesto de manera que crea una dimensión nueva y que se oye temblar inasible. Cada objeto está ligado metonímicamente a otro. Aflora un espacio particularísimo. En cualquier otro contexto nada los uniría, sin embargo aquí están mágicamente relacionados -cara a cara a su fuego. Pero a la vez hay entre ellos una relación metafórica donde emerge este viejo y nuevo tiempo, que se opone al cotidiano. El rojo carnal de la pared se opone al blanco muerte del edificio.

Es un artista, tal vez un mago, ha creado otro mundo, un mundo intransitable entre dos mundos, un portal a un pasado imposible que nunca se cruza ni te deja volver atrás. Donde quiera que mire hay sentidos que se me escapan, como fantasmas jugando a la escondida. El afuera es la pared del edificio y el cielo, siempre el mismo. El adentro tiene otra textura. Un modelo escala, pero no sólo a escala espacial - de un Buenos Aires que se me antoja en blanco y negro -, sino temporal, que torna inteligible, con sólo abrir los ojos, una condensación histórica de sentidos caóticos. Sí: estoy diciendo que el tiempo del aquí está condensado, comprimido.
Para coronar este sentido, aquí -también- se baila tango.

Anoto: “Esta mesa, este espejo y estos cuadros / guardan ecos del eco de tu voz”.

Acá está vivo el mito del tango. El mito vivo del las sociedades arcaicas, el de origen, el que narra cómo llegamos a ser lo que somos.
¿Y qué narra el bricoleur de ese mito? Que estoy en una Zona(de)Tango -una zona no tiene límites, como una playa-, como un vórtice, una singularidad cósmica que se narra en este espacio y hace retornar un pasado primordial, prístino como imagen mental y difuso a la vez en su materialidad, un pasado del origen del tango que emana a borbotones de cada objeto. Pero es un pasado que nos define a la vez que, como el espejo gastado de la pared, nos deforma, nos opaca, nos obliga a vernos por partes, nunca enteros.

Vuelve a sonar el timbre. El mago abre el portal.
Son las 23:15, está lleno de gente joven. Miento otra vez.
Entonces, en un movimiento magistral, el mago-bricoleur-organizador-de-milonga-recién-bañado, proyecta la película “Brazil” sobre la blanca pared pálida del afuera, con la luna, ahora sí, como testigo que evoca nuestra naturaleza. La proyección debe tener 15 metros de ancho, calculo. El límite difuso de la zona de esta terraza-milonga se ha expandido, a la vez que el tiempo se ha contraído.
“Brazil” sobre una pared de un edificio en el pulmón de la manzana es una declaración ideológica de eficaz contraste: allá en la (ex)blanca pared del afuera de Buenos Aires, el mito del estado burocrático moderno, anónimo origen de anónimos sellapapeles, donde el tiempo tiene la linealidad de lo cotidiano; aquí una pareja se abraza y baila un tango.
Yo, como el gato, reposo en el umbral de dos mundos, en la terraza mágica.



///Bibliografía y citas  maltratadas de:
Roman Jakobson, Claude Lévi-Strauss, Victor Turner, Mircea Eliade, Juan Gelman, Homero Manzi



Comentarios

Entradas populares de este blog

La mierda se está volviendo real: un análisis cultural del papel higiénico

El viaje etnográfico